¿Está la Fiesta politizada?
¿Y la sanidad, el cine, las pensiones, el fútbol? Hasta
donde yo sé nadie pide el carnet de afiliado al paciente que asoma angustiado
por la puerta de urgencias. Ni al que merienda palomitas en el cine. Ni al que
cobra su pensión con una mano mientras la da en parte a sus hijos con la otra. Ni al que
celebra un gol con el desconocido vecino de tribuna.
Porque todo está regulado, todo está politizado.
Estaremos de acuerdo en que los tendidos de las ventas recogen
a todo el mundo sin importar su tendencia política. 24.000 espectadores no
pueden coincidir en su visión sobre la educación pública, por ejemplo.
Sin embargo de lo que sí estoy seguro es que si todos los
que pasan por taquilla supieran la opinión de “su” partido político sobre la
tauromaquia, es posible que el voto cambiara en futuras elecciones. ¿Qué
pensará un votante de Podemos cuando sentado en el tendido le retumben los
tímpanos sabiendo que el señor Iglesias quiere prohibir la tauromaquia
acusándolo de sádico y asesino? ¿Y si el aficionado lo es también del PSOE?,
¿qué pensará cuando desde las filas socialistas se le acusa de disfrutar de un
espectáculo de maltrato y se le llame cateto?
En las últimas fechas son varios los toreros que se suman a
listas de partidos de centro – derecha, perdiendo los maestros y los políticos
sus respectivos complejos, sobrevolando la sombra tenebrosa del oportunismo (recuerdo al señor Rivera salir a hombros por la plaza de Barcelona y no volver, incluso huir del ambiente taurino). ¿Y
qué? Mejor que cuenten con toreros como gancho electoral a que sigan dejando la
tauromaquia abandonada a su suerte, y ya veremos hasta donde llega el compromiso
real de los servidores públicos. Y tomaremos nota. Y posiblemente cambiaremos
el voto.
En definitiva, ya era hora de que la tauromaquia se haga valer,
que cuenten con ella, que vuelva a la actualidad, a los debates y corrillos y
que se acuerden de nosotros y de nuestros votos. Los políticos, políticos son,
pero mientras nos vean útiles estaremos a salvo. Y que se caigan las caretas de
los cobardes y enemigos, que curiosamente lo son (también) de España.
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