Espantada de Morante. Otra.

Se dice que para ver a Morante una tarde buena hay que ver 50. De hecho en estos dos últimos años sólo recuerdo su actuación en la corrida homenaje a Victor Barrio (septiembre de 2016) en Valladolid, y la que hizo a su primer toro en Illescas en la denominada corrida milagro.

Son muchos más los recuerdos de tardes donde reina el desengaño y la desilusión. Aquellas donde una media verónica no basta.

Resulta que el maestro, tan odiado como admirado, pega la espantada aludiendo razones de mal perdedor y, ¡oh!, casualidad, tras un petardo gordo en una plaza tan amiga como huérfana de sus triunfos como es la del Puerto de Santamaría.

Resulta que El Juli corta 5 orejas y un rabo, y Morante se va de vacío. Y Morante se enfurruña y pega el portazo.

Dice el maestro que la culpa es de los presidentes y veterinarios, quienes aprueban toros demasiado grandes para el arte. Y demasiado grande para tapar el miedo que rezuma cada tarde cuando, por ejemplo se va de la suerte de matar toro tras toro, o como cuando abrevia con la excusa de que el toro no le vale.

Yo soy capaz de hacer muchos kilómetros para verlo torear, vivo de la ilusión, pero hay algo que no se puede consentir. Seamos conscientes de que cada plaza tiene su toro (un saludo para Don Simón), y Morante no es quien para amenazarlo.

Morante no triunfa como debería por miedo. Miedo al toro. Como todos los toreros denominados “artistas” que necesitan de un toro elegido, flojo, noble y obediente para ser capaces de encajar el mentón en el pecho. Ese toro, que aun así, le parece demasiado grande.

Hay que tener más vergüenza, maestro, sobre todo la torera. Quiero verle torear, arrimarse y llevar emoción al tendido. No quiero ver sólo poses. De estas es usted el responsable. Los presidentes y veterinarios no son dueños de su miedo ni frustración.

Ojalá pudiera verle en San Sebastián de los Reyes y Valladolid (fechas señaladas en mi calendario), pero tendré que hacer otros planes. Culpa a terceros, pero la falta de respeto la maneja usted, admirado maestro.


No se engañe. El problema es usted. Ni yo ni nadie.

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