¿Qué hacemos con la segunda oreja?

Algo se está moviendo en la Fiesta que la lleva en una deriva hacia su pérdida de identidad. Noto cómo poco a poco se adultera convirtiéndose en una especia de espectáculo con toros. No una lidia de toros bravos.

Primero fue Valencia quien rebajó su nivel concediendo triunfos e indultos, previa petición popular, a actuaciones que cuando era una plaza seria ni siquiera se hubieran pedido. Una plaza de primera que baja el nivel para satisfacer a las figuras.

Luego llega Sevilla y a sus aires a favor del torero se une una campaña contra la presidenta quien, siguiendo el criterio de plaza de primera (con p mayúscula) niega trofeos a charlotadas.

Entonces, ¿qué hacemos con la segunda oreja? Siguiendo el criterio de que “el público es soberano”, daríamos orejas a todo lo que el público pida. Ahora bien, ¿qué conocimiento tiene el público de la lidia? Mi respuesta es que sólo el 20% de una plaza es aficionado, y conoce el rito. El resto acude de manera ocasional al calor de un nombre conocido.

Alabamos a la presidenta de Sevilla por mantener el nivel supuesto de la plaza, pero ¿qué pasaría si fuera al revés y diera más trofeos de la cuenta?

Mi opinión es que el presidente debería pertenecer a esa parte minoritaria del aforo (independientemente de su perfil profesional) que se dice aficionada, y conoce el rito. Se esa forma sólo concedería la segunda oreja a aquellas faenas que realmente lo merecieran, sin miramientos a unas figuras que pretenden edulcorar la fiesta para su beneficio.


Dejemos al gran público la petición de la primera oreja, gintonic y canapés mediante (que también paga su entrada), pero dejemos el listón de la plaza a quien la conoce y es aficionado habitual. Por el bien de la fiesta.

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