Sin toro no hay gestas.

Sólo puede haber gesta cuando lo que suceden frente a la afición resulta fuera de su alcance. Sólo cuando se levanta la admiración en los tendidos se puede hablar de tal acontecimiento.

Lo del pasado sábado de Castella en Medellín quedó muy lejos de recibir el apelativo de gesta. Y para afirmar esto me baso en la presencia del ganado. Uno lee las crónicas de los medios al uso y lo del francés parece algo histórico, memorable, y todo tipo de adjetivos que no hacen más que ocultar la realidad de que el ganado fue presentado  de manera paupérrima. No se pueden echar animales así.

No me vengan con el público y sus gustos, con la plaza y su categoría, con los animales y su encaste. Eso más pareció un tentadero a puerta cerrada que una corrida de toros, y mucho menos una gesta. No nos engañen.

No hablo del comportamiento de los animales, quienes a juicio de la crónica de marras dieron buen juego a la par que tuvieron buena presencia. Muy poco de fiar me temo. Lo cierto es que hubo cuatro de presencia infame.


Fue más bien un entrenamiento con animales chicos, alguno casi famélico. Esto no fue una gesta, fue como mucho un gesto. 

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