No hay sitio para el aficionado.
Con la razón de que el recinto es limitado, algo tan cierto
como torpe, se deja fuera al aficionado. Se le impide la entrada al recinto
que mantiene con su dinero. Y entonces, ¿Quién tiene sitio? Claro. La prensa. Mejor
tenerles cerca. Y contentos.
Hay que tener en cuenta que la nueva empresa de Madrid
presume de traer un nuevo concepto, una idea revolucionaria, que abrirá la
plaza a la ciudad, y patatín patatán… sin embargo, no hay sitio para el
aficionado.
Igual en una ciudad como Madrid no hay un recinto lo
suficientemente grande como para albergar una asistencia razonable aun acto
trascendental como la presentación de los carteles, después de lo cual, la
empresa se dispondrá a mendigar a abonados que rentabilicen lo allí pavoneado. Pero
no. No hay en Madrid un hotel, por ejemplo, que tenga un salón donde, además de profesionales
y prensa, acudan los aficionados, incluso pagando una entrada para disuadir a
curiosos. No lo hay. En Madrid no.
Entonces, la afición ¿cómo se entera de los carteles? Por la
prensa. Claro.
Que vayan pintores, poetas, futbolistas, tonadilleras o
malabaristas está muy bien, pero ¿Dónde queda la afición? ¿Dónde está la
novedad de presentar los carteles en las mazmorras?
Resulta que llevo un año entero tachando días del calendario
para que la fecha de la presentación de los carteles de mi plaza me haga la
vida más fácil. Y ahora llega la fecha y se me da un portazo. Mal empezamos.
Todo esto sin entrar en que lo que se va avanzando, sea
marketing del desiste o no, no parece que estemos ante carteles novedosos. Y por
supuesto sigo esperando ver los CATORCE festejos de san Isidro de no hay
billetes. CATORCE (se aceptan quince).
Mucha inventiva, mucha modernidad, y mucha palabrería, pero
igual la cosa mejoraría si se cuenta con el aficionado. Que es el que paga.
Mucho ruido y pocas nueces. Así dice el refrán. No sé si hay pocas nueces, pero sí mucho ruido. Pero es verdad y triste que los aficionados no pintamos nada. En esto Francia nos lleva una gran ventaja, donde los carteles son consensuados con las asociaciones de aficiondos, que opinan sobre toros, toreros y sobre empresarios, con voz y algo de voto en ayuntamientos y empresas taurinas. Con el criterio de la afición es evidente que se contrata a los mejores, a los merecedores, a los triunfadores. Con el criterio de las empresas, no está tan claro que se contrate a los mejores.
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