
Estamos igual de hartos que de acostumbrados a que nos
insulten, desde movimientos antitaurinos, y nos escupan a la cara lindezas como
garrulos, paletos, analfabetos, asesinos, sádicos, violentos y demás
calificativos producto de un análisis de la realidad del toro bravo
sencillamente inexistente.
No conocen al toro bravo y no les importa.
Pues sí, también nos llaman violentos. Pensemos. Sólo en San
Isidro acuden a Las Ventas 25000 personas durante un mes. Cada tarde. Que me
diga alguien si se produce algún altercado, un mínimo conato de enfrentamiento,
ni tan siquiera un empujón. No señores, en la tauromaquia no hay violencia,
sino respeto, sacrificio, admiración, competencia, sentimiento, superación, grandeza,
triunfo, fracaso, vida…y muerte. Como la vida que nos intentan esconder y
dulcificar sin reparar en el daño inmenso que se hace a la sociedad.
Ni un solo problema de violencia entre taurinos. Ni uno. ¿Entonces?
Además de los antitaurinos a los que en este
artículo no haré más caso, hay una disciplina que diariamente, como un
bombardeo sigiloso e imparable se nos mete por la retina y tímpanos sin darnos
cuenta. Hablo del fútbol, en donde cada día se escuchan gritos xenófobos,
violentos, amenazas, deseos de muerte y demás (casi siempre provenientes de
sectores radicales), pero también existe ese otro fútbol, el que no suele salir
en los medios, y que es abrevadero de violencia física expresa entre los padres
de niños boquiabiertos, ante lo que parece un intento nefasto de compensar su
falta de atenciones a los chiquillos y convirtiendo a los chavales en centro
donde desahogar sus frustraciones. Señores. Los padres se pegan (no quiero
generalizar) ante el alucine de los chicos. Se parten la cara a cabezazos y
puñetazos. Esos son los valores que se nos inyecta desde los telediarios y
prensa. Eso sí es violencia.
Medios que ponen la violencia como excusa putrefacta, para
impedir la difusión de la tauromaquia, que atesora un patrimonio cultural y
moral que nunca volverá a conocer esta sociedad urbanizada que da la espalda a
sus orígenes y se atrinchera en una hipocresía que da asco.
Señores, no busquen violencia en la tauromaquia,
sencillamente no la van a encontrar. Bienvenidos a la realidad.
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