Puyazo a la suerte de varas.

Ayer era la primera vez que acudía a una tertulia organizada por el Ateneo Orson Welles, y fue sin duda alguna una experiencia que voy a repetir. Por los contenidos que presenta y por el escenario. Una cueva bajo una librería que aporta cercanía y duende al evento.

En esta ocasión intervenían como invitados Pedro Iturralde e Israel de Pedro, dos piqueros de sobrada reputación, para debatir sobre la suerte de varas. 

Los protagonistas defendían que la suerte de varas se está recuperando y que cada vez toma más importancia, algo que rápidamente me llama la atención, a tenor de lo que veo en las plazas. 


De los aficionados es sabido que la vara mide la bravura del toro y ahorma su envestida. Pero rápidamente se empieza el debate manipulando el concepto de “bravura” cuando de corridas mediáticas y duras se habla. Para mí no hay bravura en el caballo y bravura en la muleta, sino que hay una sola bravura, la que hace al toro empujar y pelear, al humillar palante y al caballo. Lo demás lo podemos bautizar como “tener recorrido”, “durabilidad” (qué feo) o como se quiera.
Los protagonistas critican el intrusismo en los piqueros, algo me llama la atención que exista (…). Algo muy interesante es la evolución de la suerte de picar, es el peso del caballo. Hoy el toro se estrella contra una pared. Y eso no puede ser.

Pero lo que me alerta, y considero realmente preocupante y grave, es el papel secundario que asumen, e incluso reivindican los piqueros frente a los toreros mediáticos. ¿Quién debe defender la suerte de varas en primera instancia si no son los picadores?. Me explico., seamos realistas: las plazas las llenan el gran público, no el aficionado de verdad. 
El aficionado va a plaza a examinar el rito y a disfrutar con su pureza y espectáculo, mientras el gran público va a ver triunfar a los mediáticos, y todo lo demás casi no importa. 
En esta doble visión, de la sombra al sol, la suerte de varas queda muy señalada. Para los aficionados nunca está suficientemente bien ejecutada, mientras que para el público se abusa de ella. Pero si hay una cosa que gusta a todo el tendido es un toro arrancándose de lejos y metiendo los riñones. Ahí hay acuerdo.
Ayer en la Orson se debatió profundamente sobre la suerte de varas. Echamos un rato muy interesante, pero a la vez, al menos a mí, me sirvió para darme cuenta que debo disfrutar de la suerte de varas mientras dure. 

En un tiempo en el que el toro da más pena que miedo, la suerte de varas es un puro trámite en aquellas corridas donde no se ve el cemento, y TODO se hace para que el animalito llegue a la muleta no demasiado castigado, adulterando así la bravura del burel y la importancia de los piqueros que miran más al maestro que al morrillo que tienen bajo el peto. 
Eso solo llevará a la desaparición de la suerte. Sin embargo, en las corridas “duras”, de las que no se pierde el aficionado,  lo que gusta ver es la vara íntegra. 

Tal y como apuntó ayer Pedro Iturralde, hay que ser consciente de qué espectáculo vamos a ver. Si vamos a ver al guapo mediático, o al toro imponiendo respeto. En el primer caso veremos picotazos protocolarios (ahora los llaman “eficaces”) y en el segundo veremos la grandeza del toro en el caballo. 

Y que no se nos olvide, sin toro esto se muere.

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